Desde el momento en que comenzamos a socializar nos inculcan que el acto de preguntar presume ignorancia. Se nos enseña a conocer las respuestas que presumen “EL SABER”. Desde que pronunciamos nuestra primer palabra nuestro entorno admite la pregunta tomándola como reflejo de nuestra ingenuidad e inocencia, mientas que al encontrarse uno en la etapa de la infancia no se encuentra condicionado por la “vergüenza” que conlleva la exposición de lo que en la adultez se considera “ignorancia”.
A medida que transcurre nuestra vida, muy pocos logran mantener esa libertad de PREGUNTAR, pero como se desarrolla en el texto, en búsqueda de la respuesta o explicación de lo que todavía nadie a podido, en vez de tener como finalidad “sentirse reconfortado, clarificar u ordenar”. Esos pocos individuos suelen ser los precursores de los “Cambios Paradigmáticos” en las ciencias, debido a que si bien los paradigmas brindan respuesta a muchas preguntas, también abren nuevos interrogantes al no poder responder muchos otros, generando un quiebre. Además el acto de preguntar inicia un camino continuo entre las posibles respuesta que hallamos y las nuevas preguntas que surgen en consecuencia.
El Hombre lleva en su interior el deseo de encontrar respuestas aún no encontradas. Al principio el Hombre comienza a mirar a su alrededor y se sorprende, el asombro lleva a preguntarse el por qué de las cosas, y la pregunta lleva a la búsqueda del conocimiento. Inevitablemente, en un punto, el conocimiento lo lleva a la duda, para luego reiniciar el ciclo y volver a formular preguntas.
Como conclusión, consideramos que si bien la sociedad en la que estamos inmersos considera que muchas preguntas ya cuentan con respuestas, el acto de preguntar nos lleva al crecimiento...y quien pregunta realmente, “sólo sabe que no sabe nada”.
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