martes, 30 de noviembre de 2010

segunda conferencia: La histeria

la histeria es una forma de la alteraci�n degenerativa del sistema nervioso, alteraci�n que se manifiesta en una innata debilidad de la s�ntesis ps�quica. Los enfermos hist�ricos ser�an incapaces, desde un principio, de mantener formando una unidad la diversidad de los procesos an�micos, siendo �sta la causa de su tendencia a la disociaci�n ps�quica.

A m� me impulsaba sobre todo la necesidad pr�ctica. El tratamiento cat�rtico, tal y como lo hab�a empleado Breuer, ten�a por condici�n sumir al enfermo en una profunda hipnosis, pues �nicamente en estado hipn�tico pod�a el paciente llegar al conocimiento de los sucesos pat�genos relacionados con sus s�ntomas, conocimiento que se le escapaba en estado normal. Mas el hipnotismo se me hizo pronto enfadoso, por constituir un medio auxiliar en extremo inseguro y, por decirlo as�, m�stico. Una vez experimentado que, a pesar de grandes esfuerzos, no lograba sumir en estado hipn�tico m�s que a una m�nima parte de mis enfermos, decid� prescindir del hipnotismo y hacer independiente de �l el tratamiento cat�rtico. No pudiendo variar a mi arbitrio el estado ps�quico de la mayor�a de mis pacientes, me propuse trabajar hall�ndose �stos en estado normal, empresa que en un principio parec�a por completo insensata y carente de toda probabilidad de �xito. Se planteaba el problema de averiguar por boca del paciente algo que uno no sab�a y que el enfermo mismo ignoraba. �C�mo pod�a conseguirse esto?

Este mismo procedimiento utilic� yo con mis pacientes. Cuando llegaba con alguno de ellos a un punto en que me manifestaba no saber ya m�s, le aseguraba yo que lo sab�a y que no ten�a m�s que tomarse el trabajo de decirlo, llegando hasta afirmarle que el recuerdo deseado ser�a el que acudiera a su memoria en el momento en que yo colocase mi mano sobre su frente. De este modo consegu�, sin recurrir al hipnotismo, que los enfermos me revelasen todo lo necesario para la reconstituci�n del enlace entre las olvidadas escenas pat�genas y los s�ntomas que quedaban como residuo de las mismas.

Hab�a logrado, en efecto, confirmar que los recuerdos olvidados no se hab�an perdido. Se hallaban a merced del enfermo y dispuestos a surgir por asociaci�n con sus otros recuerdos no olvidados, pero una fuerza indeterminada se lo imped�a, oblig�ndolos a permanecer inconscientes. La existencia de esta fuerza era indudable, pues se sent�a su actuaci�n al intentar, contrari�ndola, hacer retornar a la conciencia del enfermo los recuerdos inconscientes. Esta fuerza que manten�a el estado patol�gico se hac�a, pues, notar como una resistencia del enfermo.

En esta idea de la resistencia he fundado mi concepci�n de los procesos ps�quicos en la histeria. Demostrado que para el restablecimiento del enfermo era necesario suprimir tales resistencias, este mecanismo de la curaci�n suministraba datos suficientes para formarse una idea muy precisa del proceso pat�geno. Las fuerzas que en el tratamiento se opon�an, en calidad de resistencia a que lo olvidado se hiciese de nuevo consciente, ten�an que ser tambi�n las que anteriormente hab�an producido tal olvido y expulsado de la conciencia los sucesos pat�genos correspondientes. A este proceso por m� supuesto le di el nombre de represi�n, consider�ndolo demostrado por la innegable aparici�n de la resistencia.

Para expresarlo m�s directamente por medio de la investigaci�n de los hist�ricos y otros enfermos neur�ticos llegamos al convencimiento de que en ellos ha fracasado la represi�n de la idea que entra�a el deseo intolerable. Han llegado a expulsarla de la conciencia y de la memoria, ahorr�ndose as� aparentemente una gran cantidad de dolor, pero el deseo reprimido perdura en lo inconsciente, espiando una ocasi�n de ser activado, y cuando �sta se presenta, sabe enviar a la conciencia una disfrazada e irreconocible formaci�n sustitutiva (Ersatzbildung) de lo reprimido, a la que pronto se enlazan las mismas sensaciones displacientes que se cre�an ahorradas por la represi�n. Este producto sustitutivo de la idea reprimida -el s�ntoma- queda protegido de subsiguientes ataques de las fuerzas defensivas del yo, y en lugar de un conflicto poco duradero, aparece ahora un interminable padecimiento. En el s�ntoma puede hallarse, junto a los rasgos de deformaci�n, un resto de analog�a con la idea primitivamente reprimida; los caminos seguidos por la g�nesis del producto sustitutivo se revelan durante el tratamiento psicoanal�tico del enfermo, y para la curaci�n es necesario que el s�ntoma sea conocido de nuevo y por los mismos caminos, hasta la idea reprimida. Una vez reintegrado lo reprimido a la actividad an�mica consciente, labor que supone el vencimiento de considerables resistencias, el conflicto ps�quico que as� queda establecido y que el enfermo quiso evitarse con la represi�n, puede hallar, bajo la gu�a del m�dico, una mejor soluci�n que la ofrecida por el proceso represor. 

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